En el año 2006, Bernardo González Riga, docente y Director del Laboratorio de Dinosaurios de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad Nacional de Cuyo (FCEN, UNCUYO), e investigador independiente del CONICET, descubrió el primer yacimiento de huellas de dinosaurios de Mendoza. Tres años más tarde y en base a investigaciones en el sitio, junto a Jorge Calvo – investigador de la Universidad Nacional del Comahue- publicaron el hallazgo de huellas fósiles de dinosaurios hasta el momento desconocidas. La nueva icnoespecie, tal como se denomina a los taxones descriptos mediante el estudio de sus huellas, fue bautizada con el nombre de Titanopodus mendozensis , que significa ,‘huellas de titanes procedentes de Mendoza’.
Investigaciones posteriores permitieron reconocer la presencia de alrededor de 400 huellas y determinar que las mismas fueron realizadas hace 72 millones de años por una manada de titanosaurios saurópodos (dinosaurios gigantes, herbívoros y de cuello largo). Estos animales, -según los cálculos realizados- caminaban de norte a sur a 4,7-4,8 km/h. Las huellas se preservaron en deltas y llanuras mareales próximas a la costa del mar Atlántico, el cual había avanzado sobre el norte de la Patagonia y llegaba hasta el sur de Mendoza.
Leonardo Ortiz David, M. Belén. Tomaselli, Mauricio Guerra, Bernardo J. González Riga, Pilar Giovanetti, Juan P. Coria. Foto: gentileza investigadores.
Recientemente, un nuevo estudio publicado en la revista Cretaceous Research por el propio González Riga junto a María Belén Tomaselli, becaria doctoral del CONICET en el Laboratorio de Dinosaurios, reveló que las crías de T. mendozenis tendrían un tipo de paso diferente al de los adultos, pese a caminar a la misma velocidad.
“En el sitio encontramos dos tipos de pistas distintos, esto es, dos ordenamientos de las huellas en el espacio que, según medidas e inferencias anatómicas, se corresponden con diferentes formas de paso. En el registro conocido predominan la alternancia de huellas de manos y pies; en contraste cuando aparecían sólo huellas de pies no se sabía cómo interpretarlas”, afirma González Riga.
De acuerdo a los investigadores, si bien los adultos efectivamente alternaban manos y pies para avanzar, los juveniles -cuando aumentaban la velocidad- lo hacían mediante una marcha lateral o “amble”, como la de los camellos, que implicaba el movimiento simultáneo de las extremidades de un mismo lado (derecho o izquierdo).
“Esto permite explicar que casi no hayamos encontrado huellas de las manos de individuos juveniles ya que con este tipo de paso habrían sido cubiertas total o parcialmente por las de los pies. Por otro lado, es coherente pensar que los juveniles tuvieran que hacer un mayor esfuerzo para poder seguir el ritmo de los adultos que tenían un tamaño mucho mayor”, explica Tomaselli.
Este estudio permite comprender nuevos aspectos sobre la locomoción de los últimos dinosaurios saurópodos, cuya extinción se produjo hace 65 millones, al concluir el Cretácico.
Un museo a cielo abierto
Los estudios paleo-ambientales del yacimiento fueron realizados por Mercedes Prámparo, investigadora independiente de CONICET y vicedirectora del Instituto Argentino de Niviología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLA, CONICET-UNCUYO), quien junto a González Riga y sus respectivos equipos de trabajo -integrados por tesistas y estudiantes- asumieron también la gestión de la protección del sitio. En este sentido, realizaron numerosos trabajos en terreno para preservar las huellas y lograron que se firmaran convenios de cooperación entre el CONICET y autoridades municipales y provinciales a fin de poner en valor el yacimiento como área natural protegida. A partir de estos acuerdos, la Municipalidad de Malargüe declaró la creación del “Parque Cretácico Huellas de Dinosaurios”.
Huella de pie de Titanopodus. Foto: gentileza investigadores. “Las huellas permanecen en el sitio como un museo a cielo abierto. Cuando se termine de construir la infraestructura del Parque –lo cual está en estado avanzado- podrán ser visitadas por el público en general. Este tipo de descubrimientos no solo posee relevancia científica, sino también educativa y turística para la sociedad en su conjunto”, concluye el investigador.
Fuente: Miguel Faigón - CONICET Dialoga.